CORAZÓN ROSA
Joven,
apuesto y con proyectos. Andrés había estudiado y obtenido su Licenciatura en
Arte Moderno. En ese transcurso conoció a David, unos años mayor que él. Un
hombre de ojos verdes y marcados abdominales que deslumbraron a Andrés, en un día
de spa. Charlaron compartiendo el sauna, cual dos adonis en las Termas de
Caracalla.
La
atracción fue mutua e inmediata, no
separándose más en el devenir de las aspiraciones.
Pasados
pocos años de convivencia y armonía, nació la idea de completar la familia.
La
seguridad de ambos era no hacer una adopción vulgar, fastidiosa en los trámites
y lenta en la espera. Además, en la necesidad se imponía el mantener los genes
de ambos y acentuar, así, la pertenencia sanguínea.
Andrés
tenía una hermana menor, con quien siempre mantuvo una relación entrañable. Ella
era su confidente; apoyo emocional en momentos de zozobra.
Aquella
mañana, Andrés sirvió el desayuno a David y le desarrolló la propuesta.
Hablaría con su hermana contándole el sueño de familia que ya cubría todos los
espacios de sus vidas. Y el deseo irrenunciable de conservar la identidad
biológica de ambos. Para lograrlo, ella debería cooperar con la donación de sus
óvulos para ser fecundados por David, mediante inseminación in vitro.
David
escuchó, callado, el planteo que haría Andrés a su hermana y viendo que era
totalmente viable, le dio su aceptación. Incluso, le propuso estar presente en
ese momento, idea que Andrés rechazó por respeto a la intimidad femenina.
La
sorpresa de la joven no tenía límites. La espontánea negación cortó el diálogo en
forma tan drástica como pudo con Andrés, quien intentaba calmar a su hermana,
rogándole que terminara de escuchar la proposición.
Ese
día la charla quedó trunca. Pero la idea no permitió ser combatida.
En
una tarde venidera, Andrés decidió esperar a su hermana a la salida del
Profesorado e invitándola a tomar un helado, merienda preferida de la
estudiante, abordó de nuevo el tema.
Si
bien ella estaba más tranquila, le era dificultoso entender, por primera vez, a
su hermano. La sola idea de un embarazo la perturbaba hasta la histeria. Y la
imagen de una relación consentida con su cuñado la ponía fuera de sí. Todo le
parecía tan irracional como descabellado. Pero Andrés continuó: ─Vos no
tendrías ningún trastorno ya que la fecundación, te recuerdo, sería in vitro─. Y le volvió a repetir el
procedimiento. Así ellos se garantizarían la descendencia genética.
La
muchacha ya se sentía absolutamente involucrada. Las dudas, miedos e
inseguridad carcomían sus uñas como la segadora al trigo en cosecha.
No
habían pasado muchos días, que Andrés recibió a su hermana desesperada por una
duda:
─
¿Y quién llevaría adelante el embarazo?
─No
te preocupes, con David hemos estado averiguando la posibilidad de alquilar un
vientre. Ya tenemos los datos necesarios y la tramitación no sería una
complicación porque existiría un acuerdo entre la mujer voluntaria y una
institución dedicada a estos asuntos. Todo es privado y confidencial. Ella no
sabrá jamás de quién fue el óvulo y quién será el padre de ese niño. La clínica
se encargaría de toda la legalidad y los controles médicos obligatorios.
La
decisión no era fácil pero sí posible.
El
transcurso del resto del año apaciguó los ánimos y aclaró las ideas. Para esa
Navidad se dio la gran noticia: David y Andrés serían padres. El Año Nuevo
traería la consolidación de la familia, por adopción.
Todo
se realizó como el programa lo determinaba. En el mes de setiembre la primavera
florecería de verdad: el niño sería recibido con los honores de príncipe
heredero. La habitación ya estaría decorada de verde agua y amarillo suave, y
el nombre en la puerta, tendría dos corazones: de acuerdo al advenimiento, se
quedaría el rosa con la inscripción: MAGDALENA, o el celeste con la palabra:
MATEO.
El
27 de setiembre debería producirse el nacimiento. La parturienta no se presentó
en la clínica, a pesar de los permanentes contactos que se realizaban entre la
secretaria del médico, los futuros padres y la servicial colaboradora.
La
incertidumbre corría por los pasillos y los celulares no tenían respuesta.
Pasaron
tres días. Se realizaron las averiguaciones y comprobaciones imperativas. Y al
final llegó la denuncia correspondiente.
Nada
se logró.
La
madre temporaria era extranjera, y se pudo constatar que había cruzado la
frontera. En el hospital de la ciudad limítrofe, del país vecino, había nacido
una niña, y su progenitora la había anotado como hija de madre soltera y padre
desconocido.