A LA HORA DE LA VERDAD
En
el último y frío invierno, la casa se había hecho grande y desolada. Calentar
los ambientes era un trabajo rutinario para Matilde. Descorrer las cortinas
para que el sol ayudara a entibiar su vida ya no la entusiasmaba. Debía efectuar
un cambio para la próxima estación.
Seguía
sus horas distrayéndose con los solitarios que jugaba en la notebook. Y de vez en cuando venía el
matrimonio vecino, Andrés y David, a compartir el almuerzo.
Ella
y sus dos amigos desfrutaban de la charla, y el cafecito de sobremesa siempre
era testigo de confesiones. Las experiencias mutuas, tan distintas como
sorprendentes, creaban un cálido
ambiente.
Ese
mediodía, Matilde debatió con sus comensales la necesidad de incorporar a su
hogar otra persona. Una señora de menor edad que ella, que tuviera buena
disposición para el trabajo doméstico y la atención suficiente como dama de
compañía.
Era
sabido que sus intentos de formar una familia habían sido un fracaso, y que por
último prefirió seguir con su computadora en el juego de Reyes y Reinas donde
se distraía en la contienda cibernética. Aunque no dejaba de repetirse “qué
lindo es que alguien te piense…”
Andrés
y David escucharon con interés la necesidad de su amiga, a la vez que agregaban
coincidencias de ideas. Tratando de ayudarla, en días siguientes le alcanzaron
algunas direcciones de agencias de empleo para personal doméstico. Le
sugirieron que era lo más conveniente para su seguridad, y por las experiencias
personales que les habían servido de garantía para tener a quien se encargaba
de su departamento, con total confianza.
Habiendo
acomodado la dependencia correspondiente, Matilde resolvió llamar a la oficina
más cercana a su domicilio. Por teléfono le informaron que disponían de una
joven que cumpliría con todos los requisitos solicitados. Acordaron día y hora
para la entrevista. Se conocerían en la administración y si todo respondía a
sus requerimientos, inmediatamente se redactaría el contrato y se firmaría la
incorporación.
El
miércoles a las 17:00 h Matilde estaba en la cita.
Zunilda
se había puesto un vestido sencillo y estrenaba sandalias. El día ameritaba
llevar ropa cómoda; el calor era agobiante. Y había recogido su cabello con una
cinta elástica.
─Mucho
gusto señora, soy Zunilda Ayala Ríos.
Matilde
hizo las preguntas de rigor y todo era acorde a sus pretensiones. Las
respuestas fueron claras a pesar del uso de modismos paraguayos que delataban
el origen de la muchacha.
Después
de algunas otras entrevistas Matilde decidió elegir a Zunilda, quien cumplía
con sus exigencias. Confirmándole por celular pidió que se presentara ese día
por la tarde.
La
reorganización doméstica no tuvo inconvenientes, y la dueña de casa comenzó a
disfrutar de la ayuda y de la compañía.
Sus
amigos estaban muy de acuerdo con la elección realizada, y observaban un enorme
cambio y muy positivo en el ánimo de Matilde. Tampoco se les pasó por alto el
acento de Zunilda, para quien no le faltaban las bromas de parte de David y
Andrés, mientras compartían un mate con algunas tortas fritas.
Habían
pasado algunos meses, cuando David fue sobresaltado en una noche de malestares
y mal-sueños, con los terrores de una pesadilla. Había vuelto a su mente
aquella lejana y dolorosa experiencia de intento de adopción. Despertó a Andrés
y sollozando desconsolado le contó lo soñado. Ambos quedaron mudos. La noche
parecía acrecentar las emociones.
Buscaron
los papeles archivados y en los informes policiales y aduaneros volvieron a
leer que la embaucadora mujer, cuyo vientre habían alquilado, había cruzado la
frontera paraguaya. Se acentuó el silencio y la angustia carcomía los espacios
y los corazones. El miedo inmovilizó a la pareja hasta el amanecer.
Esa
mañana, no dudaron en ir a ver al gerente de la agencia de contrataciones. El
tema no era fácil de explicar, pero los dos estaban dispuestos a aclarar el
nacimiento de Zunilda. El gerente, después de ciertos remilgos, desconfianza y vacilación,
accedió a otorgarles algunos datos de la empleada ofrecida. Pero en la ficha de
registro, en parte no coincidían con los que ellos deseaban cotejar. Desilusionados,
le agradecieron la gentileza al hombre y pidiéndole discreción y hermetismo
sobre lo conversado, lo saludaron y se retiraron.
Las
imágenes del sueño seguían en la mente de David, y la duda no murió allí.
Aprovechando
una salida de Matilde, para la clase de yoga, Andrés y David visitaron a
Zunilda. Esta vez, acompañados de tereré(*)
y chipá(*) conversaron con
la doméstica, logrando, con diplomacia, que les narrara la historia de su
nacimiento y niñez. Poco concordaba con las anotaciones que ellos poseían.
Aunque llevaba el apellido de la madre y el de una abuela, por el abandono
paterno, era su convencimiento.
La
incógnita persistía.
Decidieron
contarle a Matilde. Ella no podía sobreponerse al desconcierto y al estupor.
Sería demasiada casualidad, no podría creer que el destino les hubiera trazado tan
inaudito camino. Rehicieron la trayectoria histórica y los tres llegaron a la
misma conclusión. Solo quedaba una posibilidad: efectuarse David y Zunilda el
análisis de ADN.
Se
pusieron de acuerdo en cómo le propondrían a Zunilda realizarse el estudio.
Para esto la pareja y su amiga le explicarían a la muchacha punto a punto las
razones que los llevaban a efectuar tal pedido. La necesidad que nunca habían
dejado olvidada de formar su propia familia, la forma en que se programó el
embarazo, y la insospechada huída de la mujer voluntaria que había acordado el
alquiler de su vientre.
Por
los pocos testimonios de ella que coincidían con todo lo ocurrido, como la
fecha de su nacimiento, la versión de la desaparición del padre y el cruce de
frontera de su madre para la misma época, les devolvía a ellos la esperanza de
lograr su objetivo: encontrar a esa hija que se hubiera llamado Magdalena.
Zunilda
quedó atónita al escuchar semejante narración. Temblaba y su respiración era
agitada. Sólo reaccionó diciendo que lo pensaría, porque todo le resultaba muy
confuso. Cuando pudiera calmarse y analizar todo con tranquilidad, volvería a
hablar con ellos.
Mientras
pasó algunas noches en desvelo, tratando de hilvanar sus días de niñez, en
recuerdos de hambre y abandono, llamó a su madre y le narró los momentos que
estaba viviendo.
La
madre sufrió una inesperada sorpresa y con la mayor dulzura que pudo poner a
sus palabras, le prohibió en forma rotunda hacer caso a esas personas. Jamás
debía exponerse a los estudios pedidos ya que su padre, como ella le juró, las
había abandonado, nunca supo de su paradero y ahora nadie tenía ningún derecho
a meterse en sus vidas. Agregando que con seguridad habría alguna terrible
confusión en el proceder de esa pareja de maricas. Además, le señaló con
energía que si no dejaban de molestarla con problemas ajenos, debería volver a
su pueblo y buscar trabajo fuera de las grandes ciudades, donde solo engañan y
se aprovechan de los necesitados.
El
cerebro de la humilde muchachita tenía enormes dificultades para poner en orden
sus ideas. Estaba asustada y se sentía sola. Se había evaporado la alegría con
que llegó a la casa de Matilde. De pronto necesitó estar muy cerca de su madre.
Zunilda
Magdalena dejó pasar unas semanas y tomó la determinación. Avisó a su patrona
que no se haría ese análisis pedido por sus amigos y volvería al Paraguay,
donde había nacido. Su madre la necesitaba.
Cuando
llegó, sólo preguntó: “Sy-mi(*),
¿por qué usted me puso, también, Magdalena que nunca lo usamos?”.
(*)
Tereré: mate de yerba
con agua fría o jugo de fruta, tomado en Paraguay.
Chipá: pequeño pan de
queso, típico de Paraguay.
Sy-mi: “mamita” /
“mami” en guaraní, usado familiarmente en Paraguay.