REFLEJOS
Los habitantes de Greytown eran severos, victorianos.
Cerrados a los preceptos liberales.
El cura, un hombre esquivo, hablaba poco y castigaba
mucho con sus sermones. El policía tenía poco trabajo y era muy amigo del
alcohol y del Backgammon. Junto al
Comisionado, mantenían un tranquilo pasar, conocían a todos y de todos sabían
vida y obra.
Daphne era una muchacha devota, servicial, que
trabajaba como portera de la escuela. Había tenido un hijo, del cual no se
conocía al padre. En su casa, donde alquilaba pequeñas habitaciones a los
infrecuentes viajeros, se hospedaban algunos hombres que de vez en cuando
visitaban los pocos negocios que había en el poblado, trayéndoles diversas
mercaderías. Ella siempre se preocupaba
en hacer saber que “su honor nunca sería mancillado por un esporádico
forastero, jamás”.
El niño de Daphne había nacido con cabellos rojizos y
ojos clarísimos. Todos supusieron un desliz de la desdichada mujer.
Y Daphne volvió a estar embarazada. Corrieron los
meses y los corrillos vecinales ya no fueron disimulados. Las miradas de
rabillo la incomodaban. Estaba asustada, temía por la reprimenda popular. Otra
vez el recién nacido era pelirrojo. Su piel, tan blanca que parecía de marfil.
Fue para todos una sorpresa. En el pueblo no había
pelirrojos.
En esos días, una bacteria había llevado a varias
personas a estar internadas en el hospital. Entre ellas y por contagio
producido en la celebración dominical religiosa, fueron internados el
comisario, el cura y el Comisionado.
El tiempo pasaba y las complicaciones pulmonares
hacían que los tres hombres permanecieran en cuarentena. Cada uno iba
sobrellevando el deterioro físico, como podía, soportando calladamente el
estado febril. Pero a uno de ellos la angustia le carcomía las horas. En medio
de balbuceos y quejidos, pidió un espejo.
La enfermera de turno no comprendió. Le hizo repetir la frase,
pensando que deliraba. Volvió a escuchar y a entender lo mismo: “Quiero un
espejo”.
13
La mujer, con asombro y determinación, primero midió
la fiebre al paciente, y viendo que la misma era mínima, que no había delirio,
procedió a traer el espejo.
El hombre lo tomó rápidamente y miró su cabeza. Se
sentía desesperado porque el paso de los días había hecho crecer su pelo
renegrido y comenzaban a verse los reflejos de pelirrojo en sus raíces.
Al poco tiempo, la incorruptible iglesia se quedaría
sin cura. El mismo había sido expulsado con violencia por los feligreses,
salvándose de un linchamiento gracias a su amigo funebrero, que lo sacó
escondido en el furgón de entierros.
Daphne y los dos niños, esperaban ocultos en la cabina del conductor.
Del libro inédito EL CAMINO DE LIBRA, de mi autoría.
AMAPOLAS VIII - Técnica: acuarela en aguada
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Autora: Norma Dus- Bariloche
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Autora: Norma Dus - Bariloche
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