miércoles, 13 de diciembre de 2017

UN DESCUBRIMIENTO: TARDE PERO SEGURO...

Resulta que ayer  12/12/2017, recorriendo las redes literarias encontré que el cuento DOROTHYeditado en el libro CUANDO NOS QUEDAMOS SOLOS,  de mi autoría, fue publicado en SUSURROSrevista colombiana de cultura. El mismo figura en el N° 45 de mayo de 2016. Lo comparto con ustedes, y si quieren conocer la revista digital solo deben entrar por internet y allí tendrán todas las ediciones:


https://sites.google.com/site/revistasusurroscolombia/home

jueves, 12 de mayo de 2016



 CONTENIDO:

  • Fernando Soto Aparicio
  • Tradición y presencia en el Taller Gabriel García Márquez…….José Martínez Sánchez
  • El Compositor de La Pirag…...Daniel Polo Moreno
  • Ahora vengo yo (La Farsa en La Habana, veinte años después).
Hugo Correa Londoño
  • ALGUNAS COMPROBACIONES RESPECTO DE LA ESTÉTICA
Efer Arocha
  • COLGAR DE LA BROCHA AL TIRANO……..Andrés Nanclares Arango
  • Kim Novak……………………………………….Carlos Meneses
  • DOROTHY……………………………………….Norma Dus
  • De oscuridad…………………………………….Eduardo Bechara N.
  • A 80 AÑOS DEL FRENTE POPULAR DE 1936 EN FRANCIA...Manuel Salamanca Huertas
  • Gatos y el río Cauca en la historia de Severino….Patricia Suárez
  • El suicida…………………………………………...Everardo Rendón Colorado
  • Los trashumantes de Jorge Eliécer Pardo……..Carlos Orlando Pardo
  • PEQUEÑOS SOMOS…………………………….Fernando Soto Aparicio

Agradecemos que la reenvíes a tus contactos

Gracias

Revista Susurros

DOROTHY
I 
—Otra vez, es sábado. Vestirme, buscar a Érika, amiga incondicional, y mantener el ritual: permitir a Robert Harvey que repita y repita sus sonatinas y algún staccato, para no dejar endurecer sus dedos ni olvidar su pasado de concertista… —pensó Nadiuska Harvey, desperezándose entre las sábanas.
—¡Hola, Érika! Mirá, hoy no tengo ganas de ir al centro, lo dejamos para el próximo, ¿sí? —comentaba telefónicamente, con aire desganado.
—De acuerdo, Nady, como vos quieras, pero… ¿le pasa algo a Robert?
—No, no. ¡Quedate tranquila! —contestó Nadiuska, y siguió pensando—: Hoy haré otra cosa, me iré a la orilla del lago. Necesito rever esta vida que ya me está sofocando, tan repetida, tan aburrida.

Se sentó sobre una piedra de la playa. Su naturaleza y educación prusianas hacían que reprimiera la lágrima que le nublaba el horizonte. Consideraba que Bobby estaba cada día más alejado. Ya le fastidiaban sus alumnos de inglés, el oboe y la vejez que irrumpe… En realidad, la madre bastante daño le ha hecho con esa crianza victoriana… modales inflexibles, pocas palabras, y ¡cuidado!: “los sentimientos se muestran sólo lo indispensable”. Mientras chapoteaba en el agua con sus pies, Nadiuska experimentó una profunda pena por ese hombre, hijo único, criado por una madre típica sajona inquebrantable, viuda de un oficial muerto en África en la Batalla de El-Alamein, cuando Robert era un pequeño.
De pronto miró el reloj: era hora de regresar. Robert ya habría cumplido con su práctica y la estaría esperando para que preparara el almuerzo.
—¡Hola, Nady! Sabés que tuve dos interrupciones —dijo Robert con un gesto casi malhumorado, pero tratando de ser cariñoso—. La primera, Érika... quien preguntó si te sentías bien; yo le contesté que sí, que ya habías salido a su encuentro.
—¡Qué raro!… —contestó Nadiuska, esquivando la mirada de su marido—. ¿Y la segunda?
—No fue agradable —se quejó. Le ayudó a sacarse el abrigo, y caminaron hasta la cocina.
—¿Por?
—Y bueno, llegó el momento, cariño. Tendrás que viajar para efectuar los trámites. La cara de Robert estaba tensa, pero simulando serenidad, abrazó a su esposa como en años no lo hacía.
Ella comprendió que se quebraban los consabidos horarios inamovibles y el cuidado de los nietos, sólo alternados con el jardín y los perros. Al día siguiente, se embarcó en el colectivo que, tras diecinueve horas, la acercaría hasta el geriátrico.
—Después de completar la documentación pertinente —le indicó el director del internado—, nosotros nos encargaremos de la cremación. Vuelva en cuatro días que estará todo listo.
Terminado el papeleo de rigor, Nadiuska fue al departamento de su hermana.

—Debés de estar extenuada —enfatizó Natasha, viendo la postura de agobio que traía su hermana—. Te sirvo un té, y luego podés acostarte. Planearemos paseos para estos días libres. —Natasha no quiso mencionarle el abuso que había visto del marido, tan frío, ya tan árido, incapaz de viajar para afrontar ese transe. Aunque recordó tiempos de sometimiento, prefirió seguir guardando el rencor hacia su cuñado. —Algún día, tal vez llegue la venganza —pensó.

Cuando se recostó en el sofá, vestida como estaba, Nadiuska quedó profundamente dormida.

Natasha la acompañó a tomar el ómnibus de regreso.
—Gracias por tus atenciones, hermanita, lo pasé espléndido. Espero que pronto vayas a visitarme —dijo Nadiuska. La angustia se le veía en el rostro, y su mano estrujó con fuerza la urna, envuelta en papel de regalo.

Trató de relajarse, pero no pudo. Cavilaba cómo seguiría su vida, más sola todavía ahora que los restos de Dorothy ocuparán su espacio. —Pero ¿cómo podría dejarte?, querida Dorothy… cuando Bobby ni siquiera me llamó. —Las lágrimas corrieron por su nariz y se hundieron en la almohadilla de viaje.
—Señores pasajeros, en diez minutos llegaremos a la terminal de San Martín de los Andes —anunció la azafata por altoparlante—. Rogamos no olvidar sus pertenencias.
Se paró, tomó la caja del portaequipaje y, sentándose nuevamente, la colocó sobre sus piernas, esperando la llegada.
El andén estaba casi desolado. —Robert debe de estar con su ejercicio, hoy es sábado —pensó Nadiuska, mientras retiraba el resto del equipaje.
Cuando el taxi estacionó en el portón del chalet andino, sólo los perros salieron a recibirla.
—Parece que la esperan con un concierto… —le comentó el taxista, mirando de reojo la casa.
—Así parece, así parece… —Y con una sonrisa, pagó y despidió al conductor.
Los ladridos obligaron a Robert a interrumpir su música. Observó por la ventana y luego cruzó el comedor para abrir la puerta. —¡Hola, mi amor! —exclamó con una leve sonrisa, abrazando a su esposa—. ¿Cómo te fue? Te ayudo con el bolso…
—Aquí está Dorothy —señaló Nady, entregándole la urna—. Fue todo bien, sin problemas… y vos, ¿cómo estuviste estos días?
—Esperándolas —dijo Robert sin cambiar su rictus. Nadiuska imaginó una emoción que no afloró.

II

Faltaban dos meses para que llegara el cumpleaños de Nadiuska. Su hermana empezó a programar el agasajo sorpresa, recordando la soledad que descubrió en ella y sabiendo que no acostumbraba a festejarlo. Supuso que sería una buena oportunidad para darle esa pequeña alegría.
Así, el 26 de marzo, inesperadamente, un taxi paró frente al portón de los Harvey. Los perros volvieron a ladrar.
—¡Hola, hola… sorpresa… querida Nady… feliz cumpleaños…! —gritaba Natasha, esforzándose por caminar arrastrando su maleta.
—¡Qué alegría... no puedo creerlo… cómo te has venido sin avisar…! —Con los brazos en alto, Nadiuska fue a su encuentro. Entre abrazos y lágrimas, comenzaba el día de cumpleaños.
El abrir de regalos y el hablar acaloradamente obligaron a Robert a interrumpir su lectura, en el dormitorio del primer piso, y bajó a saludar.
—¡Querida cuñada! ¡Bienvenida! Y ¿cómo es esto de que te largaste sin aviso?, hubiéramos podido ir a esperarte —manifestó Bobby, besándole la mejilla.
Ya en el amplio comedor y al ver la urna sobre el aparador, Natasha sintió un escalofrío. Desde la primera noche, tuvo pesadillas cada vez más tenebrosas con esa mujer que no había sido su suegra y que ahora parecía polvo maldito.
Sus recuerdos de tiempos jóvenes eran dolorosos. Descubrió que perdonar a su hermana, por haberse casado con quien fuera su amante, le punzaba en la herida de la memoria y del corazón. Lo que había pensado como felices vacaciones se iba tornando un calvario.
La noche anterior a su partida, lo decidió. Suavemente se levantó y, descalza para no hacer ruidos con las maderas de la escalera, bajó a la sala. Uno de los perros refunfuñó inquieto. Natasha tomó la urna, fue hasta la parrilla y con prolijidad deliberada cambió las cenizas.

III

Al otro día, la despedida fue llorosa, melancólica, pero con los corazones gozosos, cada uno a su modo.

—Querida Nady, ya que partió nuestra huésped y en víspera de días serenos, te propongo cumplir con el pedido de mamá —planteó Robert, pensando en el escrito que había llegado junto con la urna funeraria.
—Está bien, amor, iremos al filo del cerro y entregaremos a mamá Dorothy al viento cordillerano, como era su deseo —contestó su esposa.

Natasha, en tanto, en su viaje de regreso, pensó que por fin había logrado vengar el tormento de su alma, por el niño al que le había sido prohibido nacer hacía 25 años.

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