CONTENIDO:
- Fernando Soto Aparicio
- Tradición y presencia en el Taller Gabriel García Márquez…….José Martínez Sánchez
- El Compositor de La Pirag…...Daniel Polo Moreno
- Ahora vengo yo (La Farsa en La Habana, veinte años después).
Hugo Correa Londoño
- ALGUNAS COMPROBACIONES RESPECTO DE LA ESTÉTICA
Efer Arocha
- COLGAR DE LA BROCHA AL TIRANO……..Andrés Nanclares Arango
- Kim Novak……………………………………….Carlos Meneses
- DOROTHY……………………………………….Norma Dus
- De oscuridad…………………………………….Eduardo Bechara N.
- A 80 AÑOS DEL FRENTE POPULAR DE 1936 EN FRANCIA...Manuel Salamanca Huertas
- Gatos y el río Cauca en la historia de Severino….Patricia Suárez
- El suicida…………………………………………...Everardo Rendón Colorado
- Los trashumantes de Jorge Eliécer Pardo……..Carlos Orlando Pardo
- PEQUEÑOS SOMOS…………………………….Fernando Soto Aparicio
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Revista Susurros
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DOROTHY
I
—Otra vez, es sábado. Vestirme, buscar a Érika, amiga
incondicional, y mantener el ritual: permitir a Robert Harvey que repita y
repita sus sonatinas y algún staccato,
para no dejar endurecer sus dedos ni olvidar su pasado de concertista… —pensó
Nadiuska Harvey, desperezándose entre las sábanas.
—¡Hola, Érika! Mirá, hoy no tengo ganas de ir al centro, lo dejamos
para el próximo, ¿sí? —comentaba telefónicamente, con aire desganado.
—De acuerdo, Nady, como vos quieras, pero… ¿le pasa algo a Robert?
—No, no. ¡Quedate tranquila! —contestó Nadiuska, y siguió pensando—: Hoy
haré otra cosa, me iré a la orilla del lago. Necesito rever esta vida que ya me
está sofocando, tan repetida, tan aburrida.
Se sentó sobre una piedra de la playa. Su naturaleza y educación
prusianas hacían que reprimiera la lágrima que le nublaba el horizonte. Consideraba
que Bobby estaba cada día más alejado. Ya le fastidiaban sus alumnos de inglés,
el oboe y la vejez que irrumpe… En realidad, la madre bastante daño le ha hecho
con esa crianza victoriana… modales inflexibles, pocas palabras, y ¡cuidado!: “los
sentimientos se muestran sólo lo indispensable”. Mientras chapoteaba en el agua
con sus pies, Nadiuska experimentó una profunda pena por ese hombre, hijo
único, criado por una madre típica sajona inquebrantable, viuda de un oficial
muerto en África en la Batalla
de El-Alamein, cuando Robert era un pequeño.
De pronto miró el reloj: era hora de regresar. Robert ya habría
cumplido con su práctica y la estaría esperando para que preparara el almuerzo.
—¡Hola, Nady! Sabés que tuve dos interrupciones —dijo Robert con un
gesto casi malhumorado, pero tratando de ser cariñoso—. La primera, Érika... quien
preguntó si te sentías bien; yo le contesté que sí, que ya habías salido a su
encuentro.
—¡Qué raro!… —contestó Nadiuska, esquivando la mirada de su marido—. ¿Y
la segunda?
—No fue agradable —se quejó. Le ayudó a sacarse el abrigo, y caminaron
hasta la cocina.
—¿Por?
—Y bueno, llegó el momento, cariño. Tendrás que viajar para efectuar
los trámites. La cara de Robert estaba tensa, pero simulando serenidad, abrazó
a su esposa como en años no lo hacía.
Ella comprendió que se quebraban los consabidos horarios inamovibles y el
cuidado de los nietos, sólo alternados con el jardín y los perros. Al día
siguiente, se embarcó en el colectivo que, tras diecinueve horas, la acercaría
hasta el geriátrico.
—Después de completar la documentación pertinente —le indicó el
director del internado—, nosotros nos encargaremos de la cremación. Vuelva
en cuatro días que estará todo listo.
Terminado el papeleo de rigor, Nadiuska fue al departamento de su
hermana.
—Debés de estar extenuada —enfatizó Natasha, viendo la postura de
agobio que traía su hermana—. Te sirvo un té, y luego podés acostarte. Planearemos
paseos para estos días libres. —Natasha no quiso mencionarle el abuso que había
visto del marido, tan frío, ya tan árido, incapaz de viajar para afrontar ese
transe. Aunque recordó tiempos de sometimiento, prefirió seguir guardando el
rencor hacia su cuñado. —Algún día, tal vez llegue la venganza —pensó.
Cuando se recostó en el sofá, vestida como estaba, Nadiuska quedó
profundamente dormida.
Natasha la acompañó a tomar el ómnibus de regreso.
—Gracias por tus atenciones, hermanita, lo pasé espléndido. Espero que
pronto vayas a visitarme —dijo Nadiuska. La angustia se le veía en el rostro, y
su mano estrujó con fuerza la urna, envuelta en papel de regalo.
Trató de relajarse, pero no pudo. Cavilaba cómo seguiría su vida, más
sola todavía ahora que los restos de Dorothy ocuparán su espacio. —Pero ¿cómo
podría dejarte?, querida Dorothy… cuando Bobby ni siquiera me llamó. —Las lágrimas
corrieron por su nariz y se hundieron en la almohadilla de viaje.
—Señores pasajeros, en diez minutos llegaremos a la terminal de San
Martín de los Andes —anunció la azafata por altoparlante—. Rogamos no olvidar
sus pertenencias.
Se paró, tomó la caja del portaequipaje y, sentándose nuevamente, la colocó
sobre sus piernas, esperando la llegada.
El andén estaba casi desolado. —Robert debe de estar con su ejercicio,
hoy es sábado —pensó Nadiuska, mientras retiraba el resto del equipaje.
Cuando el taxi estacionó en el portón del chalet andino, sólo los
perros salieron a recibirla.
—Parece que la esperan con un concierto… —le comentó el taxista,
mirando de reojo la casa.
—Así parece, así parece… —Y con una sonrisa, pagó y despidió al
conductor.
Los ladridos obligaron a Robert a interrumpir su música. Observó por la
ventana y luego cruzó el comedor para abrir la puerta. —¡Hola, mi amor! —exclamó
con una leve sonrisa, abrazando a su esposa—. ¿Cómo te fue? Te ayudo con el bolso…
—Aquí está Dorothy —señaló Nady, entregándole la urna—. Fue todo bien,
sin problemas… y vos, ¿cómo estuviste estos días?
—Esperándolas —dijo Robert sin cambiar su rictus. Nadiuska imaginó una
emoción que no afloró.
II
Faltaban dos meses para que llegara el cumpleaños de Nadiuska. Su
hermana empezó a programar el agasajo sorpresa, recordando la soledad que descubrió
en ella y sabiendo que no acostumbraba a festejarlo. Supuso que sería una buena
oportunidad para darle esa pequeña alegría.
Así, el 26 de marzo, inesperadamente, un taxi paró frente al portón de
los Harvey. Los perros volvieron a ladrar.
—¡Hola, hola… sorpresa… querida Nady… feliz cumpleaños…! —gritaba Natasha,
esforzándose por caminar arrastrando su maleta.
—¡Qué alegría... no puedo creerlo… cómo te has venido sin avisar…! —Con
los brazos en alto, Nadiuska fue a su encuentro. Entre abrazos y lágrimas,
comenzaba el día de cumpleaños.
El abrir de regalos y el hablar acaloradamente obligaron a Robert a
interrumpir su lectura, en el dormitorio del primer piso, y bajó a saludar.
—¡Querida cuñada! ¡Bienvenida! Y ¿cómo es esto de que te largaste sin
aviso?, hubiéramos podido ir a esperarte —manifestó Bobby, besándole la mejilla.
Ya en el amplio comedor y al ver la urna sobre el aparador, Natasha
sintió un escalofrío. Desde la primera noche, tuvo pesadillas cada vez más
tenebrosas con esa mujer que no había sido su suegra y que ahora parecía polvo
maldito.
Sus recuerdos de tiempos jóvenes eran dolorosos. Descubrió que perdonar
a su hermana, por haberse casado con quien fuera su amante, le punzaba en la
herida de la memoria y del corazón. Lo que había pensado como felices
vacaciones se iba tornando un calvario.
La noche anterior a su partida, lo decidió. Suavemente se levantó y, descalza
para no hacer ruidos con las maderas de la escalera, bajó a la sala. Uno de los
perros refunfuñó inquieto. Natasha tomó la urna, fue hasta la parrilla y con
prolijidad deliberada cambió las cenizas.
III
Al otro día, la despedida fue llorosa, melancólica, pero con los
corazones gozosos, cada uno a su modo.
—Querida Nady, ya que partió nuestra huésped y en víspera de días
serenos, te propongo cumplir con el pedido de mamá —planteó Robert, pensando en
el escrito que había llegado junto con la urna funeraria.
—Está bien, amor, iremos al filo del cerro y entregaremos a mamá
Dorothy al viento cordillerano, como era su deseo —contestó su esposa.
Natasha, en tanto, en su viaje de regreso, pensó que por fin había
logrado vengar el tormento de su alma, por el niño al que le había sido
prohibido nacer hacía 25 años.
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