AMOR MASCOTERO
Minina
era una gatita que una vez, por ser muy andariega, se perdió en el bosque.
Caminó
mucho hasta llegar a una casa que parecía un palacio. Pero allí un señor muy gritón
no la dejó entrar, así que tuvo que buscar dónde dormir y qué comer. Estaba
cansada.
En
un rincón del jardín encontró una cucha muy grande para cobijarse. Ese día
llovía mucho.
Por
la nochecita, llegó el dueño de la cucha, un perro ovejero alemán gigante.
Parecía muy forzudo y tenía cara de malo.
Minina
se quedó tan acurrucada en el fondo de la casita, que Falucho, el perro, no
entendió nada, no comprendía qué hacía un gato adentro de su cucha. Además, a
los dueños de la casa no les gustaban ni los gatos ni las gatas. Pero
igualmente entró y también se acurrucó al lado de Minina, que temblaba de miedo.
El frío y la lluvia eran muy fuertes como para salir corriendo.
Los ojos de Falucho miraban fijos a Minina, y
de vez en cuando le mostraba sus dientes grandotes. También eran muy
puntiagudos.
Cuando los dos empezaron a quedarse dormidos
por el calorcito que les daban sus cuerpos, llegó Pipo, un pato de plumas
blancas y mojadas, que reclamaba su espacio. El perro y el pato hacía mucho
tiempo que compartían la casita, y ahora había otro ocupante. Pero el pobre
pato también se metió en la cucha, como era su costumbre, porque estaba
temblando de frío.
La
gata Minina aprendió a comer parte del maíz que le daban al pato Pipo, y parte
de las croquetas que el señor gritón le daba a Falucho.
Una
tarde, visitó al dueño de la linda casa una señora. Y Minina tuvo muchas ganas
de irse con ella. Cuando la vio sentada en el jardín enseguida se le subió a la
falda y la señora estuvo muy contenta.
En
pocos días Minina nuevamente había cambiado de vivienda. Se despidió de sus dos
amigos, Falucho y Pipo, que le desearon mucha suerte y le dijeron que la
extrañarían.
Valor educativo: trabaja el compañerismo, la amistad,
la aceptación de las diferencias
y la confianza.
(5-7 años)
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EL SEÑOR GLOBOTERRÁQUEO Y LOS VATINOS
Cuando visitamos el
planeta de Peltreque, íbamos por caminitos de oro y plata, que separaban muchas
aldeas. De pronto, apareció enclavado en la ladera de una enorme montaña, un
grupo de casitas.
La distancia no nos
dejaba distinguir si en realidad eran casitas, o si solo el reflejo de una gran
luz violeta nos daba esa idea.
A medida que
avanzábamos, empezamos a ver mejor. Eran pequeñas construcciones, desde donde
seres extrañísimos salían a observarnos.
En medio de nuestra
sorpresa, y al costado del camino por donde íbamos acercándonos apareció un
cartel que decía: PUEBLO DE VATOS.
Entonces nos
preguntamos: ─¿Esos bichos tan raros serán los habitantes de las casas? ¿Cómo
se llamarán?
Intentamos
comunicarnos, pero solo transmitían sonidos guturales y hacían algunas señas.
Nosotros entendimos
que decían: ─¡Vatinos, Vatinos…!
Pensamos que así se
llamarían ya que estaban en ese pueblo con el cartel que habíamos leído: Pueblo
de Vatos.
Observamos que todos
llevaban un pequeño muñequito colgado de sus cuellos. Y nosotros queríamos saber
qué era, pero no nos animábamos a preguntarles, además no nos entendían.
El lugar nos parecía
un mundo mágico, de fantasía, como lo que se ve a veces en la tele o en los
juegos de Internet.
Mientras pasaban las
horas, las miradas, inquietantes, deslumbradas y muy pero muy atentas, de ellos
y las nuestras, la gran luz violeta se iba ocultando, igual que nuestro sol, y se
hizo de noche. Decidimos pasarla allí.
No sabíamos dónde
podríamos armar nuestro campamento. En nuestras mochilas, teníamos todos los
elementos para hacerlo, solo que por nuestros pensamientos y un poquito de
miedo, no lográbamos tranquilizarnos, para poder dormirnos.
Decidimos quedarnos
despiertos hasta el amanecer o hasta que el sueño nos venciera.
Cuando me di cuenta
ya amanecía. Con mi nueva sorpresa, desperté a mis compañeros para mostrarles
que se repetía el mismo sol violeta del día anterior. Era increíble, estábamos
re-contentos.
Apasionados ya por
nuestra experiencia, salimos en búsqueda de algún Vatino.
Y lo encontramos.
Pero como no
conocíamos en qué idioma hablaba, sólo entendimos que había un presidente del
lugar y que se llamaba Sr. Globoterráqueo. Cuando lo señalaron era muy alto y
de espalda muy grande.
Su misión era saber
quién había llegado, porque en la aldea no había lugar para desconocidos, tal
vez malvados, destructores o depredadores.
En ese momento
descubrimos que el amuleto que cada uno llevaba colgado de su cuello, era la figura
del Sr. Globoterráqueo.
Mis compañeros le
explicaron con señas de manos y poniéndoles lindas sonrisas que no les íbamos a
hacer ningún daño, porque en nuestro planeta, que es la Tierra, cuidamos de las
plantas, de los animales, del agua y entre nosotros nos tratamos con amor, y
que si alguien hace alguna cosa mala, se lo castiga. Para que ellos comprendieran,
le regalamos algunas cosas que teníamos en nuestras mochilas, como caramelos y
galletitas. Ellos a cambio, nos invitaron a compartir sus comidas, que eran
todas en pequeñas píldoras, o pastillas, parecían remedios, y a conocer sus
costumbres, como por ejemplo, de cuidar un liquido muy espeso de color verde
que lo usaban solamente para beber. También nos mostraron sus casas. Eran unas
burbujas transparentes y marrón oscuro, para protegerse del sol violeta.
Después, nos hicimos
muy amigos y aprendimos mucho de ellos.
Cuando volvimos a la
escuela, contamos a todo el grado lo que habíamos vivido… Algunos no nos
creyeron, pero otros y el maestro se interesaron mucho. Quisieron que
escribiéramos qué habíamos aprendido. Lo principal fue darnos cuenta de qué
rica es nuestra comida natural y del agua transparente que tenemos.
Valor educativo:
trabaja el cuidado de la naturaleza, aprendizaje de vocabulario, amistad,
respeto,
comprensión de textos, fantasía. (6-8 años)