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19 abril, 2019
Reconocimiento a escritores
barilochenses, el lunes 22 de abril en la biblioteca Sarmiento
La cita tendrá lugar en la Sala de
Espectáculos, desde las 20.30. Se interpretarán textos de Luis Cattenazzi,
Roberto de Brito, Mary Dartiguelongue, Norma Dus, Cecilia Fresco, Nadina Menna
de Fabbri y Luisa Peluffo.
El próximo lunes (22/04), desde las
20.30 horas, en la Sala de Espectáculos, la Biblioteca Sarmiento llevará
adelante el segundo Reconocimiento a Escritores barilochenses. Se les entregará un Certificado y una medalla recordatorios, por su aporte continuo a la literatura local.
En esta ocasión, el Grupo de
Narradoras interpretará textos de Luis Cattenazzi, Roberto de Brito, Mary
Dartiguelongue, Norma Dus, Cecilia Fresco, Nadina Menna de Fabbri y Luisa
Peluffo, que estarán presentes en la Sala.
Habrá entradas Numeradas, Libres y Gratuitas.
Se solicita retirar las mismas en la Boletería, el mismo día de la función, de
10 a 18 horas.
GRUPO DE ESCRITORES
Norma Dus, Luis Cattenazzi, Susana Amuchástegui y Cecilia Fresco
LA FIESTA
Los vecinos pusieron focos de colores en
los árboles y otros en línea con un
cable, que atravesaba la calle.
cable, que atravesaba la calle.
Eran las ocho de la noche. Las luces se
encendieron, y los caminantes empezaron a cruzarse, buscando quedar cerca del
cordón de la vereda para ver pasar los carruajes. La radio había anunciado un
desfile de carrozas.
Los chicos correteaban, riéndose y
tratando de averiguar si habría mascaritas. Ellos también habían pensado en sus
propios disfraces.
El barrio estaba de fiesta. Era la semana
del corso.
Y como acostumbraba, allí husmeaba la señora
de Sánchez detrás de la ventana, corriendo despacito la cortina para no ser
vista. Tenía setenta años. No se relacionaba con los vecinos, pero le gustaba enterarse
de lo que les sucedía. Así hilvanaba los chismes de la carnicería, la feria y del
almacén. Y en poco tiempo, tendría la oportunidad de ver pasar a muchos por la
cuadra. Eso le alimentó la imaginación y algo más…
Dos muchachos se pararon frente a su ventana.
Le daban la espalda, atentos a mantener el lugar en el borde de la calle. Eran Marcelo
y David, los revoltosos del barrio, que siempre andaban en cosas “raras”, sabía
la señora de Sánchez. Después apareció Eduardo. Un amigo de ocasiones, según oyó
en lo del carnicero de la otra esquina. Se notaba que Eduardo había llegado con
algunas copas de más. —¡Ya está ese borracho! —rezongó la señora de Sánchez.
La noche avanzaba, las veredas se llenaban
de gente que buscaba distracción.
No importaba la edad, había hombres
maduros, niños, mujeres que reían detrás de un antifaz brillante y sugestivo.
Todo se iba armando como un verdadero carnaval.
No faltó el vecino conocido como “el
profesor”. Pasó caminando del brazo de su esposa. Don Roberto estaba elegante,
aparentando ser un empresario, o un ingeniero, con su traje marrón, y hablando
como si todo lo supiera. Su alma de líder le establecía llevarse el mundo por
delante. La señora de Sánchez alcanzó a verlo y envidiaba a esa señora tan bien
acompañada. —Yo también hubiera sido importante, podría haber estudiado de maestra
—pensó. A pesar de sus años, no superó su frustración, y eso le impidió ser
sociable; era huraña y callada. Respondiendo a su costumbre, no dejaba de
indagar a través de las cortinas apenas corridas.
Con fuertes acordes que sonaron en los
altoparlantes, se empezó a divisar la primera carroza. Era la representación
del Nacimiento de la Primavera. Se
escucharon voces de asombro, que por unos segundos apagaron la música de fondo.
Marcelo, David y Eduardo aplaudían y hacían
silbatinas con sus dedos en la boca. La Primavera , una exuberante jovencita, los saludó
con un brazo en alto y tirándoles besos con la otra mano. La señora de Sánchez
comenzó a inquietarse frente a esa Primavera pulposa y desinhibida.
En la acera de enfrente a la casa de la
señora de Sánchez, había un hombre solitario. Observaba con seguridad, parecía
hacer un estudio psicológico del ambiente. Y claro, era Pedro, el psicólogo de
Marcelo, que lo atendía desde hacía años por su tartamudez. Ella recordaba que
se lo habían señalado a la salida de la misa. Pero Pedro era disimulado y no
miraba a Marcelo. A la señora de Sánchez no se le escapaba detalle. —Ese doctor
tiene fama de ser un profesional de primer nivel —pensó, convencida de su
información.
Los altoparlantes anunciaron la llegada
de la segunda carroza, con la representación del Descubrimiento de América. Las
indígenas venían con su desnudez muy bien disimulada, bajo mallas color piel.
Cuando llegó frente a la ventana, con un gesto rápido y brusco, la señora de
Sánchez corrió la cortina tapando su cara. —¡No puede ser tanta desfachatez! —gruñó
en voz alta.
—¿Qué pasa, abuela? —preguntaron sus dos
nietos que jugaban distraídos en el suelo detrás de ella.
—Nada, nada, ya ni el corso se puede ver
en este pueblo —les contestó enfáticamente tratando de evitar que los niños se
asomaran para mirar, quienes habían empezado a chillar por alcanzar la ventana.
En ese momento, entraba a la casa
Lorenzo, el esposo de la señora de Sánchez.
—¿Vieron qué linda se está poniendo la
fiesta? —preguntó mientras daba un beso a cada uno de los chicos y luego a su
mujer.
—La verdad es que ese corso es una desvergüenza.
Sólo hay mujeres desnudas, y esos muchachotes haciendo de indios, también con
todo el cuerpo al aire. Parece que estamos volviendo a la época de las bestias.
¡Corsos eran los de antes! —protestó la señora de Sánchez, bajando la persiana
de la ventana.
Lorenzo sonrió y se fue con paso calmado
a buscar una cerveza.
Al día siguiente de la fiesta, la Sra. de Sánchez se enteró de
que el primer premio en carrozas lo había obtenido la que representaba a Lady
Godiva. Preguntó a su esposo si sabía quién había hecho ese papel, y él
respondió: —Tu nuera, la madre de nuestros dos nietos.
Del libro: CUANDO NOS QUEDAMOS SOLOS.
Del libro: CUANDO NOS QUEDAMOS SOLOS.