LA COMUNICACIÓN
— Hola, Marcela, ¿está mi papá?
—Si, esperá. Walter... te llama Lorena.
—¡Hola, hija! ¿Cómo andás? ¡Qué alegría oírte!
—Bien, pa. En realidad te hablo para decirte que me voy a vivir con Lucio.
—¿Cómo? ¿Cuándo?
—Desde esta noche, y te aclaro que no te estoy pidiendo permiso. Quería que lo supieras, nada más.
—¿Pero lo hablaste con tu madre?
—No, con ella me peleé y entonces me voy a la casa de Lucio.
—Pero sos una chiquilina, tenés diecisiete años, no podés hacer eso.
—Walter... ¡la cena está servida!
—Si, y qué hay, tengo diecisiete años y ya soy grande, además vos cuando te fuiste no nos consultaste, tampoco, ¿qué me decís ahora?
—Dale Walter, seguí hablando después, que los ñoquis se pasan…
— Mirá, Lorena, lo de tu madre y yo fue cosa de adultos, pero vos sos una menor que está bajo mi responsabilidad, todavía.
— No me jodas, viejo...
—¡No me faltes el respeto, mocosa maleducada!
—Mirá, viejo, yo me voy igual.
—Walter... querido... siempre lo mismo, por favor,
cortale. ¡Siempre con sus caprichitos esa chica, a la hora de cenar!
—Te haré volver con el Juez.
— Papá, estoy embarazada.
—¡Ah… no…! Esto es demasiado.
—Hacé lo que quieras, que yo con mi vida también hago lo que quiero.
—¿Y qué dice Lucio?
—Que está todo bien, que no pasa nada.
—Pero ¿qué es lo que quiere esa chiquilina?
—A ver, empecemos de vuelta, ¿querés venir a casa a charlar más tranquila esta situación?
—¡Ni loca! Y menos delante de esa tarada que vive con vos, ¡menos todavía! Dejame de joder... chau, pa...
—¡No me insultes! ¡No seas insolente, y no me corrrr-tes...!
—Y ahora ¿qué pasó? ¿Te cortó?
En un rincón del comedor, los periodistas seguían informando en la tele. La policía había detenido a Lucio Pedroza en su local de venta de autos robados y adulterados.
Nadie escuchó la noticia en esa casa.
— Hola, Marcela, ¿está mi papá?
—Si, esperá. Walter... te llama Lorena.
—¡Hola, hija! ¿Cómo andás? ¡Qué alegría oírte!
—Bien, pa. En realidad te hablo para decirte que me voy a vivir con Lucio.
—¿Cómo? ¿Cuándo?
—Desde esta noche, y te aclaro que no te estoy pidiendo permiso. Quería que lo supieras, nada más.
—¿Pero lo hablaste con tu madre?
—No, con ella me peleé y entonces me voy a la casa de Lucio.
—Pero sos una chiquilina, tenés diecisiete años, no podés hacer eso.
—Walter... ¡la cena está servida!
—Si, y qué hay, tengo diecisiete años y ya soy grande, además vos cuando te fuiste no nos consultaste, tampoco, ¿qué me decís ahora?
—Dale Walter, seguí hablando después, que los ñoquis se pasan…
— Mirá, Lorena, lo de tu madre y yo fue cosa de adultos, pero vos sos una menor que está bajo mi responsabilidad, todavía.
— No me jodas, viejo...
—¡No me faltes el respeto, mocosa maleducada!
—Mirá, viejo, yo me voy igual.
—Walter... querido... siempre lo mismo, por favor,
cortale. ¡Siempre con sus caprichitos esa chica, a la hora de cenar!
—Te haré volver con el Juez.
— Papá, estoy embarazada.
—¡Ah… no…! Esto es demasiado.
—Hacé lo que quieras, que yo con mi vida también hago lo que quiero.
—¿Y qué dice Lucio?
—Que está todo bien, que no pasa nada.
—Pero ¿qué es lo que quiere esa chiquilina?
—A ver, empecemos de vuelta, ¿querés venir a casa a charlar más tranquila esta situación?
—¡Ni loca! Y menos delante de esa tarada que vive con vos, ¡menos todavía! Dejame de joder... chau, pa...
—¡No me insultes! ¡No seas insolente, y no me corrrr-tes...!
—Y ahora ¿qué pasó? ¿Te cortó?
En un rincón del comedor, los periodistas seguían informando en la tele. La policía había detenido a Lucio Pedroza en su local de venta de autos robados y adulterados.
Nadie escuchó la noticia en esa casa.
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