PEREGRINO
En rojas lunas
amanecidas de ceibal
urde el peregrino
la oración entre sus dedos.
Va su imagen
por las rutas del perdón
en la siesta
mecida entre el sauzal.
EL MINERO
En el túnel liso y callado
tu mente doblega heridas.
Conjunción de silencios y figuras
eres artífice en el trajín
de ordenar dulzuras y amargores,
donde le rescatas el diamante
al puño del carbón.
Del libro inédito: EL RAYO
LA QUE LE ES FIEL A DIOS
Siempre
me ha gustado viajar. Para conocer personajes admirables de aquellos lugares
visitados. Y he tenido la coincidencia de encontrarme, tal vez casualmente,
pero al final buscándolos, con los que me he propuesto. En este caso, con las
Juanas del mundo.
Espiando
viejas librerías de esta ciudad sorprendente como es Buenos Aires, me encontré
con vos, mi primera Juana. Y creo que allí comencé mi deambular con y por las
Juanas. Sí, “Juanamanuela mucha mujer”, a la que el hombre ausente te abría los
caminos de tus letras, entre Buenos Aires y La Paz.
¡Admirable!
¿Y por qué yo, Juana… también?
Me
llevaste por tus caminos y aterricé en Montevideo, donde descubrí a la Ibarbourou,
enamorada de la tierra, la naturaleza, enamorada del amor entregado en sus
versos…
¡Qué
maravilla…! ¿Y por qué yo, Juana… también?
Ya con
ese encanto de la poesía continué mi derrotero de encuentros…
Sólo pudo ser de dios azteca que nos diera a “La
Décima Musa”, cordillerana y mexicana, Sor Juana Inés… Piadosa y bella es tu
poesía, mujer angelical. Tan contrapuesta a tu tocaya, que con sus treinta
fusileros galopó el Alto Perú, Juana Azurduy, a quien Bolivia aguardó por su
libertad.
Y mi
inquietud y entusiasmo me llevaron a través de los mares. Sabía de aquel
bastardo archiduque, que en conveniencias de infidelidades y poderes, te amarró
a la locura, Juana. Por eso te busqué en el Reino de Castilla…
Pero las
historias no terminarían aquí. Porque en tierra de hombres hubieron otras
Juanas. Así arribé a Orléans, donde daría su nombre a la gloria, la doncella
Juana de Arco.
¡Valerosa…!
¿Y por qué yo, Juana… también?
Como
Juana de Austria, que supo entregar su labor para las Descalzas Reales y los
Sanagustinos, mereciendo su descanso final, con gratitud, en El Escorial.
La
excitación creciente me impulsó a seguir la investigación, mi búsqueda en
tierras europeas. Y llegada a Portugal, también hallé a Juana, “La Beltraneja”,
con sus anales de reinos y destierros.
Pero en
mi paso por París, no podía dejar sin indagarte, Juana de Albret, con tu linaje
nobiliario y casa real. El señorío marcó tu vida, allá por el 1500.
Y
nuevamente los mares me trasladaron.
Primero a
Inglaterra, porque cuando la traición hace rodar cabezas, no hay que
sorprenderse de tus escasos nueve días de reinado, Juana Grey. Reina de facto,
también por aquel 1553.
Como
tampoco olvidar a Juana Seymour.
Mujeres
que han dado su vida, soportando humillaciones, vejaciones, arreglos
clandestinos. Jamás debió haberse sabido que habías parido al hijo del rey
amado, habiéndolo disfrutado solo doce días. El Castillo de Windsor conservó tu
secreto mejor guardado.
Resuelta
me fui a otros dominios, y allá te encontré: Juan VIII, Papa. Mujer mito, amor benedictino. Atenas te
cobijó y cuando la soledad llegó a tus brazos, Sacerdote, Cardenal y Papa
fueron tu mejor escondrijo, Juana Papisa.
Cuando aquel
mundo de Juanas me trajo de vuelta, en el silencio de mi habitación, me pregunté
otra vez: ¿Por qué yo, Juana…, también?... Entonces, en el diccionario leí: “Juana, nombre que
significa: Llena de gracia”. ¿Y qué tiene que ver conmigo?... Yo, mujer
agnóstica, temerosa y simplona. No se me aclaró nada.
No me
conformé.
Seguí
averiguando, y ese día mi padre, que es judío ortodoxo, rabino y catedrático en
historia universal, me contestó: “Juana, nombre hebreo que significa la que le
es fiel a Dios”, y agregó: “Habrás visto,
ya, que la historia lo confirma… Han sido nuestra admiración, por eso, con tu
madre te dimos ese nombre”.
Del libro
inédito: EL CAMINO DE LIBRA
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